colombiainedita

Tuesday, February 07, 2006

Ejercicio para recordar al príncipe
Reinaldo Spitaletta
ARGENPRESS.info 01/02/2006


Decía un exegeta del clásico libro de Nicolás Maquiavelo, que “El Príncipe miente y cree en sus mentiras. Esto le da un respetable aire de convicción. La verdad es la sierva del Príncipe, no su patrona”. Ya lo sabemos, por padecerlo tanto en un país cuya historia está basada en la mentira, que el Príncipe siempre cree tener la razón. Lo hemos experimentado, hasta la náusea, con el último de ellos, que aspira a perpetuarse en el poder.

Sucede, sin embargo, que nosotros, súbditos suyos, o víctimas suyas, cuando no cómplices, carecemos de memoria, auspiciada la enfermedad por los medios de comunicación. Qué curioso, si éstos son los que deberían estar al servicio de la lucha contra el olvido. No es así.

No sé si usted recuerda, por ejemplo, que el príncipe actual cuando era candidato –bueno, ahora también lo es- entusiasmó al electorado con promesas de erradicar la “politiquería”, y cuando triunfó comenzó a ejercerla hasta convertirla en un estilo de trabajo. Y en su primera campaña, que después ya siendo presidente continuó en campaña, advirtió estar en contra de la reelección.

Pues bien. No pasó mucho tiempo para “olvidar” este predicado e iniciar un movimiento reeleccionista, que luego dijo sucedía a sus espaldas, que no estaba enterado de tales maniobras. Hasta el príncipe predecesor se asombró con la picardía y desenvainó su sable. Señaló entonces, por allá a mediados de 2004, que el hoy presidente-candidato, era un comprador de conciencias, en cuya feria expuso como ejemplares “pura sangre” a copartidarios del ex mandatario, como los Teodolindos y las Yidis, de quienes hoy nadie se acuerda.

El ex príncipe Andrés, en su resonada tanda, que él mismo olvidaría cuando, un año después, le ofrecieron la embajada en Washington, dijo que no le gustaba que “el presidente reforme la Constitución para beneficio propio. Uno no puede cambiar las reglas del juego con las que fue elegido a mitad del camino. Eso es desinstitucionalizar el país”. Y hasta Pedro Juan Moreno, por esos mismos días, dijo no estar de acuerdo con la reelección, “porque eso no fue lo que prometió al país el candidato Uribe”.

No sé si usted recuerda, por ejemplo, el caso del ex guerrillero “Julián”, a quien Uribe envió a una suite del Hotel Tequendama y realizó un reality, asunto en el que es experto el príncipe, que resultó ser un sainete de tercera. El ex guerrillero en el proscenio, entregándose al programa de reinserción. El tipo se había fugado de una cárcel de alta seguridad de la Fiscalía y luego se entregó. Luces, cámara, acción. Había sido el segundo al mando de la columna Teófilo Forero. El príncipe le palmotea el hombro, lo pone como paradigma, y vaya, qué hombre ejemplar: desertor de la guerrilla, de la cual se fugó con tres millones de dólares y una adolescente. Se cambió de bando y se transmutó en informante del Ejército. Fundó su propio escuadrón de secuestradores. Fue detenido en flagrancia y luego se escapó. Se presentó dizque al programa de reinserción, cuando, en rigor, era un delincuente común. Y ese distinguido personaje era al que había que hospedar dos días con su familia en una suite.

Es obvio. Para ejercer la politiquería no hay límites, como tampoco para cerrar hospitales, o tener “mano dura” contra el pueblo, o para indicar que habían sido los trabajadores los culpables de la quiebra de la salud, o del ISS, que los pensionados eran unos privilegiados. Y como el príncipe tiene la razón había que mandar al servicio exterior a los amigotes y a parientes de congresistas simpatizantes suyos, porque o si no como me aprobarán la reelección.

Así que si el príncipe perdió la voz por tres días cuando fue derrotado en el Referendo, y después insistió en que el censo electoral estaba viciado, la recuperaría, con diminutivos y todo, en los medios de comunicación, donde ya era experto en apariciones hasta en programas de cuentachistes. Y, claro, en los consejos comunales, incluso en aquel donde un alcalde costeño denunció ante él que allí mismo estaban sus verdugos. No le hicieron caso. Y, después, asesinaron al alcalde.

Es frágil la memoria. Quizá olvidamos ya que el Congreso estaba infestado de paramilitares, o, de otro modo, que un 35 por ciento estaba alineado con ellos. Así como olvidamos los crímenes atroces en La Gabarra, la Mejor Esquina, Mapiripán, Tibú, Alto Naya, el Catatumbo, y mucho más atrás en aquellas fincas de Urabá, como Honduras y La Negra, en Punta Coquitos, en La Chinita…

El príncipe puede hacer lo que le venga en gana, inclusive convertir su palacio en comando electoral, o pasar en un instante de la amabilidad a la furia. Además, puede injuriar a sus opositores y, después, presentarles disculpas que resultan ser peores que el agravio. Quizá haya que hacer más ejercicios de la memoria, y entonces se necesitaría una especie de Michael Moore colombiano que no deje dormir tranquilo al príncipe.

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