colombiainedita

Friday, June 09, 2006

Recuerdos de mi cautiverio
Marcelo Forero | Periódico El Turbión

Rayaban las 11:00 horas del día miércoles 17 de mayo, la vía Panamericana, en el tramo cercano a la entrada del resguardo de La María, funcionaba sólo por uno de sus carriles y era controlada por la Guardia Indígena que alternaba el paso en sentido sur norte. Hacia el norte, donde más tensa se tornaba la situación, una gran barricada era controlada por el ejército. Sólo habían pasado cuatro días desde que habíamos llegado hasta allí para cubrir la Cumbre Itinerante de Organizaciones Sociales y no sólo habíamos podido ver y oír los horrores que generaba la acción de la fuerza pública sobre la población civil indefensa, cuyo único delito había sido demostrar su inconformidad con el gobierno y con su propia y asfixiante situación, sino que allí, donde intentábamos cumplir nuestro deber como reporteros, teníamos estas arbitrariedades al alcance de la mano y debíamos documentarlas.

Mientras tanto, dentro del resguardo indígena se vivía un ambiente de tensa calma luego del pronunciamiento de que el gobierno estaría por pronunciarse para negociar: según ellos, venia en camino hacia La María una comisión dispuesta a dialogar para encontrar salidas a la crisis que ya le había costado la vida a Pedro Pascué. Como el gobierno garantizó la llegada de la comisión, me dirigí al único sitio cercano con Internet de banda ancha donde pudiera descargar el material fotográfico del día anterior y enviarlo a la redacción del periódico, lo cual no era nada fácil pues para llegar a este lugar, de la vereda llamada El Pescador, había que recorrer aproximadamente 10 kilómetros en una zona nada fácil de transitar, dados los choques del día anterior y la fuerte presencia de uniformados.

Cuando bajé a la Panamericana, y mientras esperaba por el cambio de dirección en la vía, escuché una conversación entre unos indígenas y algunos ‘soldados de la patria’ que aseguraban a los primeros que estaban en ese lugar única y exclusivamente para contrarrestar algún posible ataque armado por parte de la guerrilla, insistiendo en que ellos en ningún momento y por ninguna circunstancia interferirían con la cumbre indígena, pues el Ejército Nacional no tenía derecho a actuar sobre una manifestación publica por aquello de que está prohibido dispararle a civiles desarmados. Esto, claro, según los militares.

Una vez dado el cambio de dirección en la vía, me colgué de una de las puertas de un camión y me identifiqué como reportero, asegurándome de ahí en delante de que mi credencial fuera visible en todo momento. Mientras pasaba el cordón de 'seguridad democrática', ubicado a lado y lado de la vía, vi estacionados 4 camiones del ejército y un generoso número de soldados exageradamente armados. A medida que el camión avanzaba aparecían más y más soldados, y otros 2 camiones, y detrás de éstos dos tanques de esos que llaman ‘cascabel’, y detrás un anfibio con esas que llaman ‘punto 50’ montada en la parte superior con una tira de balas colgando, lo que supongo significa que estaba ‘a un click’ de matar a alguien. Luego de eso, más ejército y armas a los costados.

Después de recorrer un buen tramo, vi camiones y buses particulares junto con un par de tanquetas de la policía. A partir de ese punto sólo veía personal del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) en cantidades absurdas, lo cual hizo que me pasara un escalofrío: evidentemente, el Estado no se tomó todo ese trabajo y tantas molestias, al enviar esa exagerada cantidad de personal, sólo para presenciar una negociación.

Cuando, por fin, dejamos atrás al ejército y a los Esmad, le pregunté al conductor del camión de dónde venía y me contestó que de Pasto (Nariño). Luego le pregunté si antes de la barricada sur, ubicada después del peaje, había visto concentración de fuerza publica, a lo que me contestó más o menos así:

–Viejo, lo que acabamos de pasar es una tercera parte de lo que hay por allá...

Por el bienestar de mi salud mental decidí pensar que el conductor estaba exagerando.

Una vez llegué a El Pescador vi un reten del ejército, me baje de la tractomula y busque el susodicho café Internet. La descarga de las fotos tomó demasiado tiempo y alcancé a leer un comunicado, aparentemente publicado minutos antes de mi llegada al local, en el que la comunidad indígena del resguardo anunciaba que taponaría de nuevo la vía Panamericana, a partir de las 15:00 horas, para presionar al Estado a hacer presencia en el diálogo. El tiempo se alargaba, dado que la banda ancha resulto no ser tan ancha y ya sentía el corazón en la boca por que, además, la vereda El Pescador se militarizó de un momento a otro.

A las 15:00 horas envié un correo electrónico a unas cuantas personas, avisando de la situación en la que me encontraba y pedía a dios –si existe– que no permitiera que se cometiera una de esas masacres de las que se acostumbran a hacer, de manera regular, a lo largo y ancho del país, especialmente durante el gobierno del doctor Uribe.


Cuando salí del café Internet, la vía estaba trancada y no había flujo vehicular, como me lo esperaba. Un individuo en moto se ofreció a acercarme a La Maria por un módico precio, lo cual no rehusé, y nos pusimos en camino. Llegando al resguardo no vi sino a unos pocos soldados: no habían camiones ni tanquetas, sólo uno que otro soldado comiendo, fumando y riéndose.

Como mis lentes, el día anterior, habían quedado demasiado rayados, cuando flanqueaba por un monte muy espeso y complicado el retén que la policía efectuó en el peaje, no estaba viendo muy bien a distancia. Me alegré, creyendo que habían retirado a la fuerza pública, me acerqué un poco más y vi que no estaba la barricada. En ese momento me paralicé, porque alcancé a ver una columna de humo que se elevaba desde el patio principal del resguardo.

Tenía que entrar a La María como fuera. Recordé el camino que usé para evadir el retén del día anterior, pero tenía que, de alguna manera, llegar primero a El Pescador y esperar allí a que se calmaran un poco las cosas. Di media vuelta y, en ese instante, sentí un jalonazo que casi me manda al suelo: era un sujeto del Esmad afrodescendiente y con un acento marcadamente paisa.

–¿Y usted qué?– me preguntó enseguida, tratando de intimidarme.
–Soy de la prensa, estoy cubriendo la cum...
–¡Qué va, gran hijueputa! ¿Qué lleva ahí?
–Oiga un momento, que soy de pren...– me quita la mochila y me empuja.
–¡Qué va, gonorrea! A mí no me venga a meter cuentos chimbos, quédese quieto malparido, ¿de dónde es?
–Soy de Bogotá, soy reportero de un periódico de Bogot...
–¡Callate gonorrea, que te voy es rompiendo hijueputa!

En ese momento vacía la mochila sobre la vía y recoge mi billetera para sacar mis documentos y pertenencias.

–A ver qué tiene esta gonorrea.
–Oiga, soy de prensa y usted no pued...– me patea y puñetea hasta llevarme hacia el andén.
–¡¿No puedo qué, gonorrea? Callate pues gran hijueputa, que te estoy es quebrando, malparido hijueputa.

Patea las cosas de mi mochila, que estaban en el piso, hacia el andén y me tira la mochila a la cara.

–No mire malparido

El uniformado empieza a revisar mi billetera.

–¡Ah, pero este hijueputa tiene las lucas!

Saca de mi billetera el dinero que mi compañero y yo reservábamos para el viaje de regreso a Bogotá y la tira al suelo. Luego me agarra del cabello y me lleva hacia la entrada del resguardo, donde estaba otro policía antimotines.

–Vea este hijueputa que andaba por ahí, dizque es de prensa.

Me empuja y me patea hacia el otro policía, que tenia en una mano una pala negra y en la otra un machete, al parecer nuevo por que brillaba mucho. Éste tenía acento caleño.

–¡Ah! Pero a éste yo lo conozco: éste es el malparidito flaco de la Univalle.
–No, yo soy de prensa de Bogotá y...
–Pura mierda y te callás.

Me lleva, casi arrastrando, hasta el andén. En el aire había todavía muchísimo gas lacrimógeno y empecé a sentir los efectos.

–¿De dónde viene? ¿qué hace acá? ¿su cédula? ¿dónde está la cámara?
–Vea, yo vengo de Pescador de enviar un informe, yo soy de prensa.
–A mí ese cuento no me lo mete. Usted es el flaco de la Univalle y ya la tiene sentenciada gran hijueputa... ¡su cédula!
–Está arriba, en mi maleta.

El enorme antimotines levanta el brazo con el machete, amenazante.
–Qué hubo, a ver gran hijueputa, ¿dónde está la cédula?
–Esa pregunta ya la contesté. La siguiente, por favor.

Recibo una patada que me deja en el suelo contra el andén y el policía levanta la pala y me golpea en el hombro. En ese momento llegan dos militares.

–¿Y ese qué?
–Dice que es de prensa, pero yo lo conozco: es el hijueputa de la del Valle.
–A ese yo lo vi ayer aquí, nos tomo fotos.

Me levanto y miro al militar.

–¡Pues claro! Porque ustedes estaban también sacando fotos y filmando, y hasta donde tengo entendido eso es ileg...

El policía me sienta de nuevo de un golpe en la cara, destrozando lo que quedaba de mis gafas. Quedé muy aturdido.

–Sí, éste ayer estaba aquí. Yo lo vi con un palo en la mano y estaba agitando a la gente...
–¡Eso es mentira!

Me levanté de nuevo.

–Yo soy de Bogotá, y ustedes le dijeron a los indígenas que no se iban a meter...
–¡Cállese, gran hijueputa, que lo voy a moler, malparido!

El policía me sienta de una patada. El gas, el dolor de los golpes y la confusión empezaron a surtir su efecto con todo éxito. Los militares se retiran con uno de los policías, al que le comentan algo, luego no los volví a ver. El policía me levanta del cabello y me hace caminar un poco más cerca de la entrada del resguardo.

–A ver, gran hijueputa malparido, ¿dónde tienen secuestrados a los policías?– me pregunta, de nuevo amenazante, refiriéndose a los tres agentes que la guardia indígena tomó bajo custodia el día anterior y mantenía protegidos de los demás indígenas.
–¿Secuestrados? Retenidos, es diferente...

Me golpea.

–Muy chistosito, ¿no?... Gran hijueputa, te voy a matar aquí mismo– levanta el machete –lo voy a regar por el piso, gran hijueputa. Ustedes le hicieron quitar una pierna a un compañero y aquí los vamos a mutilar, gran hijueputas indios malparidos. Voy a ver qué cara hace cuando le esté arrancando la puta pierna.

Recibía de nuevo las amenazas pertinentes de mi custodio. No las recuerdo con exactitud, a esta altura ya estaba muy asustado: yo veía que hablaba y hablaba pero yo no le entendía con claridad. Insistía en eso de la mutilación y preguntaba por la localización de los detenidos por los indígenas. Al rato, otros Esmad traían a dos indígenas y a una compañera más que, aparentemente, no eran de por esos lados. Empezaron a amedrentarnos con amenazas. Yo ya ni las escuchaba, estaba más preocupado por la suerte del compañero corresponsal con el que fuimos a cubrir el evento: esperaba que estuviera bien, que hubiera alcanzado a correr y, sobre todo, que hubiese tomado fotos de la aplicación de la seguridad ‘democrática’ de su majestad Uribe y de sus terroristas del ESMAD.

Luego de un rato nos subieron a un camión. Acto seguido, al avanzar algunos metros, un militar que sostenía una maleta azul clara en la mano le hizo pare al camión y se la aventó al sujeto del Esmad que nos custodiaba.

–¿Qué es eso?– preguntó el policía.
–Droga– contestó el militar.

El policía se dirigió a mí.

–Esta maleta es tuya, ¿oís?
–No.
–Es suya, se la encontré yo mismo, hijueputa.

La avienta a la parte delantera del camión y seguimos la marcha. Más adelante, el camión se acerca a un grupo de militares que se encontraba al lado de una tanqueta de la policía y proceden a bajarnos, dejándome de último. En el momento en el que bajaba del camión, el policía se dirige a los militares.

–Vean, este hijueputa es el flaco de la del Valle, miren a ver qué le pueden hacer al malparido.

Los soldados empiezan a golpearme repetidamente y a tirar fuertemente de mi cabello mientras me gritaban y me amenazaban con cualquier cantidad de cosas: desde violación hasta jugar con miembros amputados. Desde el camión, el policía gritó:

–Acordate de mi cara, gran hijueputa, acordate bien, que si llegás a la estación de ahí no salís vivo, ¿oís?

En la tanqueta ya habían otros detenidos, en su mayoría indígenas –algunos seriamente heridos–, y al fondo un compañero asesor del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) que me hizo señas de que mejor no nos conocemos para evitar cualquier cosa. Al momento ingresaban a la tanqueta una profesora acompañada de una indígena y un muchacho que estaba sumamente alterado: los tres habían sido largamente expuestos al gas lacrimógeno. La profesora intentaba calmar al muchacho, pero él insistía y rogaba que, por favor, lo dejaran en libertad. La gente dentro de la tanqueta empezó a alterarse más de lo que estaba y, luego de un rato, empezó a impacientarse con tanta lloradera del sujeto, remplazando, un poco, el miedo por rabia hacia el muchacho.

La puerta de la tanqueta se cerró. Desde fuera, los militares empezaron a gritar que si no votábamos por la reelección de Uribe nos iban a matar, luego empezaron a gritar “adelante presidente, que aquí cogimos varios terroristas” mientras golpeaban y empujaban la tanqueta hacia los costados. La puerta de la tanqueta se abrió de nuevo y otros detenidos subían: uno de ellos chorreaba sangre de la cabeza mientras era golpeado al momento de subir. En ese momento éramos 26 los detenidos, el calor y el sofoco eran casi insoportables. Desde afuera no cesaban los insultos y las amenazas de todo tipo.

No estoy seguro de cuánto tiempo transcurrió antes de que la tanqueta empezara a moverse en sentido norte, muy seguramente hacia el batallón que quedaba relativamente cerca del lugar. El vehículo policial avanzó un tramo de aproximadamente un kilómetro, cuando paró bruscamente y a la cabina del conductor subió un sujeto con un radio, se veía muy angustiado.

–¡Pilas, pilas hermano! Ya no nos los podemos llevar allá, dé la vuelta rápido que parece que adelante va el malparido del defensor. ¡Muévase!

En el camino empezaron a contarnos. Como 500 metros antes del peaje, la tanqueta se detuvo y subieron a otros dos detenidos: un indígena con su compañera que decía que los demandaría por abuso de autoridad pero que, al vernos, palideció y se quedó callado. Pasamos el peaje, en dirección a Piendamó. El sujeto del radio empezó el conteo de nuevo. Mostraba gran preocupación, lo cual me calmó un poco. Me asomé por uno de los pequeños agujeros laterales de la tanqueta, a ver si me ubicaba, y pude ver la estación de policía. La tanqueta se detuvo y el sujeto del radio salió.

–Póngales el aire... ¡rápido, rápido!

Encendieron el aire acondicionado y nos dejaron allí un rato. Luego, la tanqueta empezó a entrar a la estación de policía. Una vez dentro, escuché que dos personas alegaban: una de ellas era el sujeto del radio, estaba muy enfurecido y rojo, el otro era de mediana estatura y robusto.

–Bueno, entonces son 28 y otro en el hospital, ¿no?
–Sí, sí, sí... qué pena con usted, fui grosero, perdone...
–No, si ya. Voy a hablar con ellos... Buenas noches, soy el defensor del pueblo, ustedes están aquí detenidos y vamos a proceder con todos los trámites legales para que puedan salir de aquí lo más pronto posible. Eso sí, les pido que tengan mucha paciencia, pues estos trámites suelen tomar demasiado tiempo. Así que, por favor, tengan calma.

Era un patio descubierto como de 15 por 20 metros. Ya estaba oscureciendo y rayaban como las 18:00 horas. Aunque nos dijo que era el defensor, de todas formas reinaba la desconfianza por el trato que habíamos recibido. En ese momento entró un policía con insignias que lo identificaban como sargento, echó un vistazo, nos contó y salió. En seguida entró de nuevo el defensor, la gente se le acercó y le empezó a hacer preguntas varias sobre cómo, cuándo y en qué condiciones se nos daría la libertad. Él explicó que no era fácil, que lo mejor era mantener la calma y salió diciendo que ya venía. La policía del lugar nos pidió que nos hiciéramos contra la pared, me temí lo peor. Uno de los indígenas se puso de frente a la pared y alguien dijo en voz alta:

–Así no, que lo fusilan...

Todos empezamos a reír nerviosamente y, curiosamente, esa situación nos llenó de resignación, pues dimos por hecho que eso podría suceder en cualquier momento. Unos minutos después apareció el sargento, atravesando el patio, pero en esta ocasión su rostro tenía un marcado gesto de preocupación: nos contó rápidamente y luego salió de nuevo. Unos minutos después salió el defensor un poco más calmado.

–Bueno, acabé de hablar aquí con el sargento de la estación. Ya me dio su palabra de que nada anormal a la ley sucedería durante la estadía de ustedes dentro de la estación. Así que quédense tranquilos, traten de no agredir verbalmente a ningún agente en la estación, por favor. De su comportamiento aquí depende lo que pase.

Intervine en ese momento:

–Pero, ¿firmaron algún documento o algo que certifique que, definitivamente, nada va a pasar aquí con nosotros?
–El sargento me dio su palabra.
–Pero es que la palabra de un policía pues... es como complicado...
–No, estesen tranquilos, que él, igual, tiene que responderme a mí por cualquier cosa que a ustedes les pase aquí.

Yo aún desconfiaba de la identidad del supuesto defensor, así que me le acerqué y leí la credencial. Efectivamente era quien decía ser.

–Fresco chino, que yo respondo.

Salió del patio y quedamos a la espera. Al rato salió el defensor con una acompañante y el sargento con su comitiva, la cual empezó a filmarnos insistentemente con una cámara digital y a tomarnos fotos con varios celulares. El defensor de nuevo nos calmo, repitió lo que nos dijo en frente del sargento para que quedáramos más tranquilos. Empezaron a tomar la lista. De nuevo apareció el sujeto del radio y, de una manera no muy amable, a tomar nombres, profesiones y demás.

En el lugar había un colega de Radio Libertad Totoró, ahí de la zona. Los policías se burlaban de él, poniendo en duda su profesión por su apariencia indígena, y lo requisaron, confiscándole una grabadora y una cinta de audio. Básicamente estaba detenido junto con campesinos; indígenas; seis recolectores de café que, por accidente, terminaron en medio de la arremetida; el colega de Radio Libertad; un compañero asesor del CRIC y yo. Cuando me tocó el turno del listado, el sujeto del radio se quedó pensativo por un momento cuando le dije que era de Bogotá.

–Pero, ¿qué es eso del Turbión?
–Es un periódico por Internet.
–¿Pero sí lo lee alguien?
–No muchos. Sólo 18.000 suscriptores de Colombia y el extranjero, que están muy pendientes de lo que se ha reportado de aquí.
–Deme su carné.
–No, que pena. Es el único documento de identificación que tengo, porque ustedes quemaron todo lo que teníamos en el resguardo.
–Le pido colaboración. Por favor, entrégueme la credencial, ya se la traigo, es un momento no más.

Por no armar problemas decidí entregarla. Además, el poco valor que me quedaba se esfumó rápidamente luego de acusarlo frente a los subalternos. Apareció de nuevo el defensor, acompañado por dos personas más y tomaron en total cosa de tres listados. Luego, le comenté que me habían retenido mi carné de prensa, él le preguntó al responsable y contesto:

–Sí, sí, sí... ya, un momento que estamos averiguando.

El defensor nos sugirió calma a todos de nuevo y llamó al sargento, que se quería dirigir a nosotros. El uniformado se quedó mirándonos. Por un rato largo hubo silencio absoluto, luego le susurró algo al oído del defensor y se fue.

–Sí, bueno. El sargento me asegura que aquí nada les va a suceder: ya me dio su palabra y ya quedamos en algo, así que no se preocupen.

El defensor se despidió de todos y se fue, asegurándonos que estaría pendiente de todos. El sujeto del radio apareció de nuevo, ahora con unos papelitos que hacía firmar a los detenidos. El papel decía algo relacionado con que teníamos derecho a un abogado, una llamada, buen trato y cosas por el estilo: a la mayoría se les hizo firmar.

–¿Y yo no firmo?
–No.
–¿Y se puede saber el motivo porque no?
–Porque usted es periodista.
–Ah, ¿entonces significa que no tengo derechos?
–Significa que es un proceso diferente.
–¿Y dónde están los papelitos para el periodista, entonces?
–Ahora...
–¿Y ahora es...?
–Más tarde los traigo, un momento me desocupo.

Rayaban las 19:30 y algunos empezaron a manifestar hambre. Los que tenían dinero dijeron que iban a mandar traer algo, los que no teníamos ni un céntimo encima, que éramos la mayoría, nos reconocimos inmediatamente porque hicimos cara de ‘aquí nos llevo el chanfle’. Se empezó a hacer la gestión de la traída de la comida. El sargento dijo que sí, pero que esperáramos porque, al parecer, ya estaba cuadrado ese asunto.

Pasó como una hora y entró gente con bolsas: eran los compañeros del CRIC, que habían mandado cobijas y comida. Nos traían la razón de que ya todos sabían que estábamos aquí, que tocaba esperar a ver qué.

Luego de que medio nos acomodamos para dormir en la cálida suavidad del concreto del patio, la momentánea clama se tornó en una tensión muy aguda: a eso de las 21:30, empezó a ingresar a la estación personal del ESMAD y, para sorpresa nuestra, algunos de estos individuos dormían en la estación. Llegaban de La María muy contentos, cansados y agresivos. Los comentarios y las miradas de desprecio hacia quienes nos encontrábamos detenidos no se dieron a esperar. Empecé a observar sus caras, para ver si, de casualidad, me encontraba con el policía de la tarde: sólo vi que algunos me señalaban y me miraban fijo, asintiendo con la cabeza. Felizmente, el asunto no pasó a mayores cuando, a eso de las 22:30, salieron de la estación más de la mitad de los que habían arribado. Se dirigían a Cali o eso fue lo que escuchamos de algunos.

Fue muy complicado dormir, a pesar del cansancio por el ajetreo, la angustia y el miedo.

A las 4:30 horas, el gallo empezó la alharaca y seguíamos atentos a la puerta de entrada del alojamiento de los antimotines. Muy a las 7:00, la mayoría caímos rendidos por el cansancio, pero el sol de las 10:00 horas nos despertó para encontrarnos con la grata sorpresa de que había movilizaciones de indígenas en todo el Cauca denunciando nuestra detención el día anterior. Más tarde, el CRIC hizo aparición, nuevamente, con el desayuno y con la noticia de que en Bogota el movimiento indígena se dirigía a las instalaciones de la Defensoría del Pueblo nacional, a ver qué podían acordar con el Estado porque éste aún no se había pronunciado, ni siquiera por el asesinato de un indígena en el enfrentamiento de hacía dos días. Nos insistieron que esperáramos y que tuviéramos paciencia.

Llegó la tarde y el CRIC con el almuerzo. De nuevo a esperar. El ambiente ya estaba libre de miedo: ahora teníamos afán porque las cosas se catalizaran para salir de allí. Ya sabíamos que teníamos apoyo de fuera, entonces sólo era cuestión de esperar, pero con la seguridad de que éramos relativamente intocables.

No tengo certeza de qué hora era, el caso es que llegó el sargento de la estación, muy alterado y puedo asegurar que hasta asustado, nos miró un momento y salió rápido de la estación. Llegó de vuelta con dos agentes que cargaban paquetes llenos con bolsas de agua y se dirigió a nosotros.

–Miren, ustedes se han dado cuenta que aquí yo he estado muy pendiente de ustedes. Entiendan que, por las condiciones de esta estación, nos tocó dejarlos aquí mientras se adelantan los procesos de su liberación. Ustedes entienden que esos procesos son demorados y que yo ante eso no puedo hacer mucho. Por favor, les pido moderación con lo que en algún momento puedan decir. Yo, a pesar de que he estado muy ocupado, he estado al tanto de lo que aquí pasa. Yo quedé con el defensor de que aquí no iba a pasar nada y hasta el momento ustedes están bien, es decir, no han sido agredidos.

La profesora interviene:

–No mire, anoche, que el Esmad llegó aquí, estuvieron diciendo cosas desagradables y hasta señalaban a algunos y a mí me parece que...
–Sí vea, yo ya hable con ellos y ténganlo por seguro que nadie aquí los va a agredir o a lastimar: yo quedé en eso con el defensor y ahora se los estoy asegurando a ustedes. Así que, por favor, les pido colaboración con lo que en algún momento puedan llegar a decir. Gracias, permiso– se dirige a los agentes –Repartan esa agua para el que tenga sed.

Al cabo de unos minutos nos enteramos de la causa del miedo del sargento. Entraron los abogados de la defensoría y eso alegró el ambiente en el patio.

–¿Cómo los han tratado?
–Pues la policía de aquí, de planta, no nos ha agredido verbalmente. Pero no puedo decir que ha sido un buen trato aquello de dejarnos al sol y al agua.
–Yo sé que no es un consuelo, pero el calabozo no es para nada mejor... tenga paciencia, que muy seguramente esta tarde salen.

Pasaron lista, gestionaron la atención de los heridos dentro de la estación. Los que podían pagar mandaron por implementos de aseo. La gente estaba ya animada y tenía la certeza de que seriamos liberados, luego reapareció el sujeto del radio del día anterior.

–Bueno, caballeros, les quedan 10 minutos de entrevista con los detenidos. Por favor, hablen lo que tengan que hablar y desalojen.
–Compañeros, es importante que tengan en cuenta: nada de fotos ni toma de huellas digitales, no lo permitan porque son tan capaces que los judicializan y ustedes no son criminales.
–Hágame el favor, señor abogado, ya le quedan sólo 5 minutos, por favor vayan desalojando
–Recuerden compañeros: nada de fotos, porque los hunden y después no podemos hacer mucho.
–¡Desalojen, por favor, desalojen, desalojen!

Cuando los abogados de la defensoría salieron, la policía de nuevo sacó la cámara digital y empezó a filmarnos y a sacarnos fotos con celulares. Un individuo de ahí de la estación empezó a llamar lista y a meternos, uno por uno, a una oficina. Nos dijo que firmáramos un papelito y que imprimiéramos, además, una huellita. La gente como entraba salía y sin vestigios de haber firmado ni puesto nada. No llegaron ni a la mitad y dejaron de llamar a lista: nadie firmó ni puso huella.

Al rato salieron, de nuevo, con otro papelito, pero este decía algo así como acta de buen trato. Básicamente, era una declaración de que no habíamos sido agredidos física ni verbalmente DESPUÉS de la detención, cosa que la mayoría no compartíamos, pero firmamos de mala gana. El tiempo transcurría muy lento y, como a eso de las 16:00 horas, empezó a llover, mientras veíamos con preocupación que nuestra mullida y ortopédica cama se mojaba.

A pesar del incidente de las firmas, había un ambiente mucho más relajado: ya se empezaban a dar diálogos más amenos, nos hacíamos chistes y, en fin, hablábamos como, me imagino, es normal entre compañeros de celda. Las visitas al asesor del CRIC, al colega de Radio Libertad, a la profesora, a los recolectores y, sobre todo, al llorón eran muy constantes. Me empezó a preocupar no tanto el hecho de no recibir visitas, sino el que ignoraba totalmente la situación en la que se encontraba mi compañero reportero: en la radio local transmitían que había una gran movilización, más que todo internacional, y que el resguardo estaba completamente destruido, que había muertos y desaparecidos, además de que persistían los enfrentamientos entre los indígenas y la policía antimotines. No eran para nada alentadoras estas noticias en cuanto a la situación en La Maria. Empecé a presionar por eso que decía en el papelito del derecho a una llamada para informar a mis familiares, pero lo que me contestaban era básicamente que no hasta que la fiscalía le colocara un sello y lo trajera de nuevo a la estación.

Llegó la noche y esta vez sólo llegó pan y café de parte del CRIC, lo cual, para esas circunstancias, era más que suficiente. Por motivo de la lluvia, algunos estábamos mojados y con frío. Rayando las 20:30 nos confirmaron que, efectivamente, estábamos dentro de los puntos de negociación entre los indígenas y la fuerza pública. Nos indicaban que debíamos estar tranquilos y que ya venía el defensor, que estaba embolatado con aquello de unos cadáveres que no aparecían. Los indígenas con quienes estábamos secuestrados se quedaron callados un largo tiempo al recibir esa noticia. No era para menos, en sus rostros curtidos por el sol y el trabajo se notaba una profunda tristeza y esa sonrisa constante que los caracteriza siempre se había borrado.

A las 21:00 horas llegó la noticia de que el defensor ya no vendría esa noche, pero que, de todas formas, ya era un hecho que seríamos liberados al día siguiente. El sargento apareció. Para qué voy a negarlo: entre sus enmarañadas y oscuras perversiones quedaba un poco de humanidad. Hizo desocupar un cuarto lleno de chécheres, no sin antes asegurarse de que las colchonetas que había en el lugar misteriosamente salieran primero, y nos dijo:

–Bueno, al cuarto en orden y calladitos.

La única diferencia con el piso del patio es que el concreto no estaba encharcado. Fue una noche calladamente amarga.

A las 7:00 del 19 de mayo estábamos ya muy despiertos, pero no fue sino hasta las 10:30 que se dio inicio a la liberación. De nuevo apareció el sujeto del radio, que ya me parecía más de inteligencia de la policía o algo así, con el papelito de la huella y nos presionaba a llenarlo, diciendo que era necesario para la salida y que éstos los conservaba el defensor. No movimos un dedo hasta que llegó una de las colegas del defensor que estuvo más en contacto con nosotros y no se opuso al asunto de las huellas. Aún no estoy seguro de que esos papeles con nuestras huellas le hayan llegado al defensor.


Como a las 11:30 llegó una comitiva de abogados. Estuvieron allí por largo tiempo y no podían hacer nada hasta que llegara el defensor. Como a eso de las 12:00, el patio se llenó de mucha gente, entre quienes estaban presentes los compañeros del CRIC y varias personalidades más que, durante nuestra detención, movieron gente que, de una forma u otra, ayudaron al proceso de liberación.

El sujeto del radio hacía que hacía, pero a la larga no hacia nada, sólo estaba de espectador. Le pregunté por mi credencial y se hacía el sordo. Empezaron a llamar a la gente para que saliera, uno a uno, brindando la seguridad necesaria para llegar hasta la chiva (bus escalera) que nos trasladaría a La María. No se hicieron esperar los policías y militares vestidos de civil, o ‘tiras’ como los llama la gente, estaban por todos lados, como aves de rapiña, esperando alguna oportunidad para joder la cosa. Sin embargo, las organizaciones habían planificado la salida. Le dije al defensor y a algunos abogados que mi credencial no me la querían entregar, buscaron al sujeto del radio que, curiosamente, ya no aparecía. Esperé un rato y se dejó ver, ‘dio papaya’. Estaba detrás del defensor y de una señora de la cual ignoro quién era, pero que, al parecer, tenía un alto rango y, a la larga, era quien estaba agilizando la salida. Me dirigí a ellos y dije en voz alta:

–Su mercé, yo no puedo salir hasta que me entreguen mi credencial, es el único documento que tengo para identificarme porque los señores del Esmad quemaron todo lo que tenía arriba en La Maria, ¿cómo hacemos? ya le dije al señor ahí de pie, pero parece que no escucha y él fue el que me la pidió.

En ese momento se aproximaba el sargento de la estación.

–Por favor, hagan la entrega del documento del comunicador, dijo la señora.

El sujeto del radio se asustó un poco.

–¿Credencial? No recuerdo, déjeme buscar a ver qué.

El sargento de la estación se asomó a una de las oficinas de la estación, donde había varios agentes.

–Busquen, a ver, una credencial de prensa. Debe estar por ahí, busquen, busquen...

En la lista estaban próximos a llamarme y nada que aparecía la credencial. Quedábamos pocos en el patio. Mientras tanto pregunte si sabían algo de mi compañero y me dijeron que él estaba por ahí afuera, que estaba muy preocupado:

–Échele gafa a ver si lo ve.

Saqué lo que quedaba de mis gafas y, como pude, me las monté en la cara. La comitiva se fijó curiosamente y me preguntaron qué me había pasado.

–No, pues una caricia tierna de parte de los Esmad.

En esas me llamaron, ya para salir.

–Sí, aquí estoy, pero lo que pasa es que no aparece mi credencial y la necesito.
–Bueno, bueno, ¿qué paso? Esa credencial la tienen que entregar rapidito, que él se tiene que ir, ¿qué hubo, pues?

Se seguían haciendo los locos y de la nada apareció. El sujeto del radio dijo:

–¿Será ésta? No recuerdo bien.
–Sí, esa es, muy amable – y me reí frente a él.
–Bueno, por favor, que firme al pie del nombre un recibí, pero rápido que se está demorando esta salida.

Firmé y salí. Me encontré con mi compañero del periódico. Me saluda, me da el abrazo de rigor y la risa de libertad, me mira y me dice:

–Estoy aquí, transmitiendo en directo para radio Dachi Bedea y El Turbión, ¿su mercé quiere decir algo?

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