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Friday, December 02, 2005

La náusea de la reelección

La náusea de la reelección
Por Reinaldo Spitaletta
Publicado en El Espectador (30 de Noviembre de 2005)

La alharaca montada por el gobierno de Uribe, incluso desde la campaña electoral de 2002, era que su “seguridad democrática” iba a derrotar a la guerrilla, la causa, según él y sus adláteres, de todos los males de Colombia. Su otro artilugio demagógico era el de combatir la corrupción y la politiquería.
En el ejercicio de su gobierno, como representante de unos plutócratas y de una nueva casta de terratenientes, que ahora posee más de cuatro millones de hectáreas de las mejores tierras del país, el presidente Uribe, que apoyó a Bush en su invasión a Irak, coronó su labor de zapa contra los trabajadores y el pueblo colombiano en general.
Ya desde los tiempos de ponente de la nefasta Ley 100, por la cual, entre tantas desgracias, hasta un amigo periodista y escritor ha perdido un ojo, se sabía que ese intenso “animal político” que es Uribe estaba al servicio del neoliberalismo y, en especial, de una porción minoritaria que, durante lustros, ha dominado a sus anchas en el país del Corazón de Jesús. O, ahora, del “corazón grande” del mandatario.
No sólo era necesaria la persecución a las organizaciones obreras, la satanización y represión de sus protestas, el asesinato (como pasó, por ejemplo, en Arauca) de líderes sindicales, sino que desde la Ley había que dejar sin piso las épicas jornadas de lucha con las cuales los obreros colombianos habían conquistado algunos derechos. La reforma laboral uribista los pulverizó.
Después, como es natural en el ejercicio de los políticos en Colombia, apeló a la politiquería, y desde el principio montó su maquinaria para obtener la reelección. Nada distinto al antiguo clientelismo. O sí: se trata un “manzanillismo” perfeccionado y aumentado.
Para sus cabalgatas políticas contó, desde luego, con el Congreso, cuya porción del 35 por ciento, como es fama, es adepto a los paramilitares. A éstos les ha cedido todo. Y ahora son una “nueva” expresión de la política, una suerte de ejército (¿desarmado?) de la nueva derecha nacional que ve en Uribe a su “niño Jesús”, a su redentor, pero, ante todo, a quien les garantiza el poder y la riqueza.
La “mano firme”, sin duda, la ha utilizado para vapulear a los más necesitados, a los desprotegidos y destechados. Su discurso guerrerista, al servicio también de los intereses de Estados Unidos, se ha quedado en eso, en palabrería, porque, que se sepa, no ha podido derrotar a la guerrilla, y de decir que jamás dialogaría con ella, ahora parece ceder en ese terreno.
Lo cual no es que sea malo, sino que lo hace ver como lo que es: el tradicional politiquero colombiano, sin principios, o que, de tenerlos, los acomoda según sople el viento. Se sabe, sí, que el conflicto colombiano, que él se empeña en negar, sólo puede resolverse con una negociación política.
Así que ahora, cuando aspira a la reelección, aunque en medio de todo parecía ya que lo hubieran reelegido, porque todo este período no se ha hecho más que vociferar sobre su reelección, el Presidente, que ya lleva más de tres años en campaña electoral, continúa con lo mismo: politiquería apoyada por la corrupción.
Su “corazón grande”, abierto con generosidad a las transnacionales, a las privatizaciones, al cierre de hospitales públicos, en nada se ha condolido de la pobreza, el desplazamiento forzoso, el desempleo y otras miserias que azotan desde hace años a los colombianos y se han acrecentado en su mandato.
Al contrario, ha avalado la denominada contrarreforma agraria, concretada a punta de sangre, fuego, muerte y extorsión, por el narcoparamilitarismo. Lavada su imagen por una hábil propaganda mediática, su discurso continúa seduciendo e hipnotizando a un conglomerado sin cultura política que parece gustar del papel de víctima y amar las cadenas. Sin embargo, ya muchos comienzan a despertar de ese estado cataléptico y se enteran de que, peor que sus predecesores, este gobierno sólo le sirve, y con creces, a lo que ya algunos politólogos denominan la “nueva derecha” colombiana.
Esa élite, de la cual Uribe es su portaestandarte, basa su dominación no en la “profundización de la democracia”, ni siquiera ya en la representación de partidos políticos, sino en hacer creer a los incautos que habitan en una arcadia feliz porque hay un figura “mesiánica” que gobierna. Sobre todo, aprovecha la tradición caudillista y de líderes “iluminados” a la cual una parte de la población sigue aferrada.
La algarabía reeleccionista continúa, porque las castas en el poder, que tienen el país como un extenso coto feudal, tienen que terminar su proyecto regresivo de enriquecerse más a costa de las penurias y desdichas económicas y sociales de los que un novelista mexicano llamaba “los de abajo”.
Ahora, con un presidente que desde hace más de tres años está en campaña electoral, la bulla de la élite que él representa sube de volumen: más promesas incumplidas y una verborrea que ya llega hasta la náusea.

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