colombiainedita

Saturday, March 31, 2007

United ‘blood’ company

Los cambios de nombre no han transformado los hábitos
United ‘blood’ company


En 1970, la United Fruit Company se convirtió en United Brands. En el 90 pasó a ser Chiquita Brands.
Fernando Araújo Vélez


sábado, 31 de marzo de 2007

Nunca se supo cuántos fueron los muertos que dejó la orden del general Gonzalo Cortés Vargas de disparar sobre la multitud apostada en la plaza de Ciénaga en la madrugada del 6 de diciembre de 1928, pero García Márquez relataría tiempo después que fueron más de tres mil, y que había trenes repletos de cadáveres que iban hacia el mar, trenes de la muerte que él mismo se inventó pues su obra los requería.

“Las bananeras es tal vez el recuerdo más antiguo que tengo... Fue una leyenda, llegó a ser tan legendario que cuando escribí Cien años de soledad pedí que me hicieran investigaciones de cómo fue todo y con el verdadero número de muertos, porque se hablaba de una masacre, de una masacre apocalíptica. No quedó muy claro nada, pero el número de muertos debió ser bastante reducido... y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan descomunal como en Cien años de soledad, donde quería llenar un ferrocarril completo de muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica... decir que todo aquello sucedió para tres o siete, o diecisiete muertos... no alcanzaba a llenar... ni un vagón. Entonces decidí que fueran tres mil los muertos, porque era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro que estaba escribiendo”.

Tres, como dijo el general Cortés al día siguiente, o 70, como aclararía una semana más tarde en una entrevista a El Espectador, o 100, como dijeron algunos historiadores, o 700, como reseñaron los periódicos liberales de la época, el número de los muertos de aquella madrugada pasó a ser un mito que le dio al suceso un certificado de histórico e inconmensurable, aunque los libros de texto de Historia lo hubieran ignorado durante más de 50 años. Para unos, fue el principio del fin de la hegemonía conservadora que perdió las elecciones presidenciales de 1930. Para otros, el botón de muestra de las turbulentas relaciones que han surgido en la zona desde tiempos a entre el Estado y las multinacionales.

La United Fruit Company se instaló en Colombia a comienzos del Siglo XX, para quedarse eternamente, aunque cambiara de nombre en el 70 por el de United Brands, y en el 99, por el de Chiquita Brands. Sus directivas solían decir que la mejor carta de presentación para la empresa era que se hubiera fundado en Boston, a comienzos de 1889. Todo en ella, y en ellos, parecía impecable. Cuando arribaron al Magdalena, se hicieron construir una ciudadela de película, con los prados muy verdes, flores, casonas de cinco y seis habitaciones, avenidas internas y una reja muy blanca que dividía su mundo, y a sus hijos rubios, del otro mundo, el de los labriegos, negros, mulatos o mestizos que laboraban de sol a sol sin ningún tipo de prestación social. “Nuestra única gran felicidad al mes era cuando se aparecía el tesorero de la ‘Iunite’ a pagarnos, con billetes nuevecitos que de pura felicidad botábamos al viento para bañarnos en plata”, relataba diez años atrás Juan Domingo López, uno de aquellos jornaleros, sobreviviente de los tiempos de la masacre.

Con la revolución bolchevique de 1917 todo comenzó a cambiar para ellos, porque las noticias les llegaban por medio de aquellos a quienes les interesaba que les llegaran. “Eran señoritos muy viajados que iban a visitarnos, aunque no parecían tan señoritos, pero hablaban muy bien”. Los diarios conservadores los tacharon de “comunistas”, y para ellos y sus propietarios eran una raza que había que exterminar. Por ello, promovieron y aplaudieron la aprobación de la Ley Heroica que el presidente Abadía Méndez sancionó para prohibir que los sindicatos atacaran el derecho de propiedad privada o desconocieran su legitimidad, y para castigar a quienes fomentaran la lucha de clases.

Los sindicalistas de la United decretaron la huelga el 12 de noviembre, liderados por Raúl Eduardo Mahecha. Los obreros exigían descanso dominical remunerado, un aumento sustancial del sueldo y que les mejoraran las condiciones de sus casas. “Todo iba bien, hasta que salió la dichosa ley del presidente”, recordaba López. La compañía se sintió respaldada y rechazó de plano el pliego de los trabajadores, a quienes tachó de “subversivos”. Abadía Méndez envió a la tropa, al mando del general Carlos Cortés Vargas.

En la lejana Bogotá se decía que los huelguistas, hasta ese momento pacíficos, manipulados por agitadores comunistas, habían emprendido una revolución de tipo bolchevique cuyo primer paso era “ajusticiar” a los directivos de la United Fruit y a sus familias el 6 de diciembre. Ellos, ajenos e indiferentes a lo que se comentara, fueron llegando con sus niños y sus mujeres a la plaza principal de Ciénaga. Jorge Eliécer Gaitán, quien dedicó meses a investigar los hechos, diría en la Cámara que sus propios lugartenientes le habían oído decir a Cortés Vargas que si había niños y mujeres, era porque los “comunistas” los usaban como muralla, pero que él, Cortés Vargas, no se iba a dejar amedrentar por tan poca cosa.

Un Gaitán exaltado dijo luego que “resta averiguar si no hay medidas preferibles y más eficaces que las de dedicar la mitad del ejército de la República a la matanza de trabajadores colombianos a quienes, durante la huelga mantenida hasta hace poco en perfecto orden, hizo exaltar y enfurecer la presencia provocadora de las tropas movilizadas, la sustitución de funcionarios civiles por militares, la certidumbre larga, dolorosamente fundamentada, de que la United Fruit Company tiene corrompida y dominada la organización del Estado en el departamento y la mayoría de los estamentos sociales directivos…”.

Para rematar su intervención de septiembre del 29, Gaitán dijo: “Que el señor Presidente de la República se levante sobre la tumba de los sacrificados para escupir su hiel y su veneno, cuando por simples sentimientos de humanidad tales vocablos le estaban vedados ante la majestad de la muerte y del dolor, es cosa que causa ironía y que muestra las lacras de la mentida justicia humana”. Los conservadores estaban a meses de perder el poder. Gaitán los fustigaba, con documentos en mano, y los acusaba de la masacre, de la explotación campesina y de complicidad con las multinacionales, en especial con la United Fruit Company.

A la una de la madrugada del 6 de diciembre del 28, Cortés Vargas les advirtió a los huelguistas que tenían cinco minutos para retirarse de la plaza, o de lo contrario, su ejército dispararía sobre ellos. Les dio un minuto más, pero los trabajadores no se movieron. Entonces dio la orden, y los cuerpos de cientos de hombres, niños y mujeres comenzaron a caer.



Publicado en El Espectador/www.elespectador.com.co

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