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Tuesday, March 20, 2007

La hora de la verdad

La hora de la verdad

En Ituango, Antioquia, la Fiscalía ha decidido escuchar a las víctimas de las masacres de los paramilitares. Informe de Mauricio Builes, de SEMANA.
Fecha: 03/17/2007 -1298

En la madrugada del lunes 12 de marzo, una fiscal, cinco investigadores y un delegado de la Organización de los Estados Americanos (OEA) se montaron en un helicóptero Black Hawk del Ejército. Los llevaría desde Rionegro hasta Ituango, uno de los municipios más empinados y extensos de Antioquia. Después de 27 minutos de vuelo sobre la cordillera occidental, el aparato aterrizó muy cerca de la bodega cafetera, en las afueras del municipio. Allí los estaban esperando siete soldados que los guiarían en un recorrido a pie hasta el liceo que hace las funciones de guarnición militar.

Ituango parece un monumento al dolor y al olvido. La única posibilidad que tienen sus habitantes de llegar a él desde Medellín es a través de un recorrido de nueve horas, cinco de ellas por una carretera destapada y repleta de precipicios. Los vuelos en avioneta fueron cancelados hace 10 meses, por tantos accidentes. Se sabe de Ituango gracias a los reportes de la guerra. Desde 1979, las guerrillas del ELN y de las Farc comenzaron a copar casi todas su veredas para reclutar hombres, mujeres y niños. Por lo menos cuatro masacres paramilitares han sufrido sus campesinos desde 1996. Sólo en 2004 se creó una Brigada Móvil del Ejército y la Estación de Policía operó hasta hace poco de la mano con las autodefensas. Muchos de sus campesinos no salen de las veredas por el miedo a la muerte. Sin embargo, la semana pasada, y por primera vez en tantos años de horror, sus habitantes acudieron en masa ante el llamado de los representantes de la Fiscalía para contar sus duras historias.

Fue una experiencia sui generis para un municipio que ha estado acostumbrado a la ley del silencio. Nunca antes en la historia de Ituango los hombres de sombrero y machete y las mujeres de vestido largo y niños en brazos habían hecho fila para narrar no sólo las atrocidades de las masacres en El Aro y La Granja, sino lo que ocurrió en tantas otras veredas donde la orden fue arrasar con todo.

Por primera vez, más de 300 campesinos hicieron largas filas en las afueras del salón de computadores del municipio para relatar sus crudos testimonios El corregimiento de La Granja, donde viven alrededor de 850 personas, está a tres horas en chiva desde Ituango. Cuenta con una iglesia y un solo colegio Ituango cuenta con 105 veredas, muchas de ellas a dos días de camino en bestia. Muchos campesinos se quedan meses sin visitar la cabecera municipal no sólo por las distancias, sino por seguridad. Aún hoy la guerrilla de las Farc hace presencia en buena parte de su geografía
La noticia de esta visita se había regado por todo el territorio gracias a los anuncios que Germán Areiza, el personero, dio por las dos emisoras locales: La Voz de Ituango y Pescado Estéreo. El pasado lunes, la romería en las afueras de la Casa de la Cultura -donde sería la reunión introductoria- cogió por sorpresa no sólo a los investigadores de la Fiscalía, sino hasta al propio personero. A las 2 de la tarde, cuando la neblina de la montaña apenas estaba despejando las calles del pueblo, don Édgar Guarín*, junto con otros 330 campesinos de casi todas las 105 veredas de Ituango, comenzó a entrar a la Casa de la Cultura con muchas preguntas en la cabeza. Él no sabía por qué esas personas con chalecos y computadores portátiles en la mano los estaban visitando. Se enteró de la reunión gracias a un vecino. Las únicas noticias que tenía sobre el proceso de paz con las AUC le habían llegado por la radio.

"¿Me van a decir, acaso, por qué partieron a mi hijo en pedazos?", se preguntó en voz baja don Édgar. Preguntas de todos los calibres se escucharon ese lunes. Al final de la intervención de la fiscal, una mujer vestida de rojo y con cabello corto levantó la mano para preguntar: "Y si yo les cuento lo que me pasó, ¿quién me garantiza que no me van a matar?"... En una región donde los paras y el miedo son caras de una misma moneda, la noticia del asesinato de Yolanda Izquierdo, que se atrevió a denunciar el robo de tierras, les llegó como un bozal.

Pero la delegación de la Fiscalía está entrenada para contestar ese tipo de preguntas. Ellos advirtieron que no estaban ahí para devolverles al hijo asesinado o para darles dinero ni para contarles por qué quemaron sus casas. Los investigadores les insistieron en la importancia que tiene para el proceso de paz conocer la verdad de las víctimas. "Vinimos hasta acá para que denuncien y nos cuenten qué fue lo que les ocurrió", dijo uno de ellos mientras los asistentes farfullaban y se miraban entre ellos como consultándose si creerle o no.

Esa misma tarde del lunes, la Alcaldía dispuso de un salón de computadores donde la fiscal, su equipo investigativo y el delegado de la OEA fueron a escuchar los relatos desgarradores que han marcado la historia de este municipio. Cada una de estas historias será almacenada en un programa digital creado específicamente para este proceso. En las siguientes semanas todas serán releídas, evaluadas y comparadas con la información que ya tiene la Fiscalía. La idea es que cuando llegue el momento de las versiones libres de los jefes paramilitares, y en especial la de 'Cuco Vanoy', el jefe del bloque Mineros que azotó la región, el Fiscal tenga las herramientas suficientes para confrontar sus verdades.

Para mediados de los años 90, los paramilitares descubrieron en Ituango lo que la guerrilla ya había sabía desde años atrás: que era una zona estratégica para la guerra. Sus veredas no sólo comunican con Urabá, al occidente, y con el departamento de Córdoba, al norte, sino que son aptas para los cultivos de coca y amapola. Pareciera que la geografía de este municipio conspirara contra su tranquilidad.

Historias para no dormir

El Socorro, Santa Lucía, el Cedral, las Pipas, la Francia, el Aro, Santa Rita... cada vereda y cada corregimiento de Ituango están a horas de camino. Parecen municipios independientes. Para llegar a la Granja, por ejemplo, hay que tomar una chiva durante tres horas por una carretera destapada. Este corregimiento, con 138 casas, una iglesia y un colegio, ha sido uno de los más sonados por las incursiones de las AUC. Raúl Saldarriaga, un tendero de cincuenta y pico de años y lentes cuadrados, vive allí con su esposa y sus dos hijas en edad escolar. Él no pudo asistir a la convocatoria de la Fiscalía, pero su relato ya había sido escuchado por el personero algunas semanas atrás y éste se lo haría llegar a la delegación de la Fiscalía en Ituango.

SEMANA visitó a Raúl en La Granja y constató que para este pueblo la alegría parece prohibida. El dolor no se ha movido de los rostros de los campesinos, a pesar de que los hombres de Carlos Castaño, Salvatore Mancuso en un comienzo, y los de 'Cuco Vanoy' a partir de 2000, ya no estén en esas montañas.

Raúl hasta perdió la cuenta de las matazones. Mientras le entregaba los lentes a su esposa, recordó que la primera vez fue en 1996, cuando los hombres de Mancuso dejaron los muertos por la calles del pueblo, algunos degollados. En 2001 hubo varias masacres de los matones del bloque Mineros. Cuando comenzó a relatar la de un lunes de agosto a las 5 de la tarde, la voz se le quebró.

En esa oportunidad, el rumor de que los paras estaban cerca se regó muy rápidamente por el pueblo. Todos los habitantes se encerraron durante tres días en la iglesia y en la casa cural. Para ese entonces, La Granja era un pueblo rodeado de paramilitares y montañas, y huir significaba la muerte. "Lo único que hacíamos era rezar y llorar", dijo Raúl y se apretó los ojos como tratando de extinguir todas las lágrimas.

Por las noches entraban los paramilitares a la iglesia y con una linterna alumbraban, una a una, las caras asustadas e iban seleccionando a las víctimas. Su esposa fue una de ellas. "Tranquila que a usted no la vamos a matar", le dijeron los paras al verla llorar y apretar con fuerza los brazos del sacerdote, "sólo queremos que nos abra la tienda". Ella obedeció y en cuestión de minutos no quedó un solo enlatado en los estantes. Robaron todo. Meses atrás, esos mismo hombres ya le habían quitado los pocos animales que tenía en su casa y le habían asesinado a su hermano de un tiro en la cabeza mientras viajaba en un bus.

Ituango es un pueblo de relatos increíbles y bellacos. Tan increíbles como la campesina de 64 años de edad, mamá de 23 hijos, pero con 21 de ellos muertos, muchos en manos de paramilitares y guerrilla. Y tan bellacas como la del profesor de primaria que fue amarrado de las manos y obligado a abandonar su vereda durante cinco días durante los cuales sólo le dieron agua sucia y patadas. Las historias se multiplican a lo largo y ancho de su territorio. Este municipio no es sólo uno de los más empinados de Antioquia, sino uno de los más extensos. Incluso, hay campesinos que tardan hasta dos días en mula para llegar a la cabecera municipal. Ese es el caso de María Helena Rivera*, quien llegó el miércoles pasado a Ituango después de dos días de viaje desde la vereda El Silencio*. Quería que la Fiscalía escuchara su relato.

Cuando María Helena tenía 15 años, siete hombres llegaron a la casa donde vivía con sus padres y su compañero sentimental. En esos días, ella tenía ocho meses de embarazo y su familia trabajaba en cultivos de café, fríjol y maíz. Su vida transcurría relativamente tranquila a pesar de la presencia de grupos armados en la zona. Los siete hombres que llegaron se presentaron como miembros de las AUC y se quedaron por casi una semana en su casa. Fueron los peores días de su vida. Mataron los pocos animales que tenía y amarraron a un árbol a su compañero. Y eso no fue lo peor. María Helena fue violada por los siete hombres, aun estando en embarazo, mientras obligaron a su compañero a observar el infierno. Su madre, en esos momentos de desesperación, trató de salvarla y si no es porque por esos días menstruaba, hubiese corrido con la misma suerte de su hija. Los paras, frustrados, la llenaron de insultos y planazos en el cuerpo. El papá pudo escaparse. Al final, cuando los hombres abandonaron la casa, decidieron prenderle fuego. Los acusaban de ser guerrilleros.

Los investigadores de la Fiscalía tuvieron que interrumpir a María Helena unos minutos porque no soportaron tanto horror en una misma historia. Durante la hora que duró su relato, ella habló de forma pausada y parca. A sus escasos 18 años de edad y con un bebé de año y medio, María Helena parecía anestesiada contra el dolor. Antes de retirarse y partir hacia El Silencio, les preguntó a los investigadores: "¿De qué me va a servir haberles contado todo esto?" Fue una pregunta frecuente de los campesinos que se atrevieron a hablar. Ellos querían saber qué viene después. Qué iba pasar una vez don Édgar, el profesor de Escuela o María Helena retornaran el viernes pasado a sus lejanas veredas. Y la Fiscalía tuvo una única respuesta: la esperanza de que pueda haber justicia

Se recolectaron más de 500 historias en total y todas hacen parte de una de las radiografías más crudas de Colombia. En este caso es la radiografía de un municipio que se lanzó durante una semana a contar sus verdades. La premio Nobel polaca Wislawa Szymborska resume lo vivido en Ituango la semana pasada, en uno de sus poemas más bellos, Fin y Principio (1993): "Después de cada guerra alguien tiene que limpiar/ No se van a ordenar solas las cosas, digo yo/ Alguien con la escoba en las manos recordará todavía cómo fue/ Alguien escuchará asintiendo con la cabeza en su sitio...".

* Los nombres fueron cambiados por seguridad

Publicado en www.semana.com

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